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Acababa de leer un artículo de Pablo D’Ors, sobre su libro “Biografía del silencio”, en el que comentaba, que «no hay espiritualidad sin silencio. Que experimentar el silencio es tanto como entrar en la dimensión espiritual que constituye al ser humano». Y ¡hete aquí!, que rondaba por mi cabeza la historia de un personaje desconocido, que durante 224 años había permanecido en silencio. Me vino como anillo al dedo la sugerencia del silencio para redactar de forma ficticia algo sobre el personaje silencioso.

Me encontraba trasteando por la habitación conventual repleta de imágenes religiosas, reliquias de más de un siglo en el Monasterio. De un lado para otro, revolví, miré, rebusqué por ver si encontraba a mi personaje. Nada. Pasado un tiempo de mi inspección, observé en un rincón un bulto envuelto en una manta y atado con unas sogas.

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